lunes, 29 de septiembre de 2008

de Iván Rikimatsu Matsumoto Palomares



Es lunes en la madrugada, despierto con los párpados pesándome una tonelada, trato de recordar el lugar al que tengo que ir, el número de escalas y la aerolínea, tomo mi pasaporte y suspiro al ver las páginas cada vez más escasas, a estas alturas vomito los aviones, me asquean los hoteles, escupo la soledad de tantas vistas nostálgicas del horizonte, pero es imposible que me cause repulsión los nuevos sabores, la nueva gente, los nuevos sonidos que sólo se entienden entre sí, los vuelos de 13 horas que te permiten desarrollar un sentimiento de hermandad con el del asiento de al lado, un odio a muerte o la desesperante indiferencia, pero hasta la indiferencia te permite acabarte libros de 500 páginas, siempre anhelando el próximo vuelo para repetir la faena, claro últimamente me siento tan cansado que ya empiezo a conciliar el sueño hasta en vuelos de 2 horas, en fin. Llego a mi primer escala, el aeropuerto de Chicago O'hare siempre me hace caminar lo impensable, en la aduana me piden mi pasaporte y motivo de visita, orgullosamente enseño mi boleto con destino a Londres y luego a Bruselas y simplemente digo: 'Afortunadamente en transito', abordo el avión y al llegar a Londres escucho alegremente el acento que caracteriza a esa gente, se siente tan bien isar el viejo continente, tanta cultura que se respira en el ambiente, la evolución en todos los sentidos, es casi mágico; pienso esto mientras espero el vuelo que me llevará a mi último destino, me tomo un café, haciendo la misma promesa de que algún día lo voy a dejar para finalmente escuchar el llamado a abordar. Llego por fin después de tantas horas sentado y me recibe la señorita que renta los autos con una cordial sonrisa, le pido un mapa y empiezo a manejar deseando no perderme en el camino a la planta siderúrgica. Una vez en la planta me hacen un éxamen de seguridad, entro y simplemente veo las mismas máquinas ya vistas antes, pero operadas en diferente idioma, hablo con el gerente de procesos y me dispongo a monitorear su máquina de colada continua a más o menos metro y medio de acero a 1600 grados centígrados. Después de aproximadamente 6 horas y 500 gráficas regreso al hotel para preparar la presentación que tendré que dar sobre los resultados y el estado de la máquina a por lo menos toda la división de mantenimiento y más de la mitad de la de proceso, me curo de nervios y al dar la presentación contesto la cada vez más inevitable pregunta sobre mi edad, afortunadamente a algunos gerentes les recordé a sus hijos de 21 y 22 años, por lo que además de la cordialidad que imponen los negocios, el trato fue amable y profesional. Finalmente termino el día con un tour por la ciudad, y esperando con ansias mi momento favorito de todo este proceso: la subida al avión que va de regreso a casa. Me despido deseando que cualquiera que sea el rumbo de su viaje en estos momentos lo emprendan con una sonrisa y sin turbulencias.


Generación preparatoria CCV: 2000-2003
Carrera: Ingeniero Físico Industrial generación 2003- 2008.